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UBCH TV.
EL ESPECTADOR
UBCH TV. 14-05-2020. Este es el testimonio de Sandra
Panchalo, lideresa cocalera del sur del país, que refleja la situación de miles
de familias que viven del cultivo de hoja de coca en Colombia. ¿Quiénes son
esas familias? ¿Cuánto ganan con la coca? ¿Por qué siembran coca y no otros
productos? ¿Por qué quieren sustituirla?
"Yo no nací en un municipio cocalero. Nací en El Tambo,
en Nariño, pero cuando tenía 16 años me fui para Policarpa, en la zona de
cordillera, y ahí fue que vine a conocer la coca. Llegué a trabajar en una
finca, a cocinar, y ahí empecé a cosechar la hoja. Empecé tarde, por decirlo
así, porque en esa zona que es bien cocalera los niños empiezan a raspar coca a
veces desde los 10 años, o incluso antes.
A los 17 fue que conocí al papá de mis hijos, que tenía una
finca propia, y empecé a ir con él a cultivar, a cosechar, a trabajar. Eso era
en un corregimiento de Policarpa, no le puedo decir el nombre por seguridad,
pero todo ese municipio es zona cocalera. Estando con él, me dijo “este pedazo
lo puede sembrar usted”, y ahí ya tuve mis primeros pedacitos propios de coca,
y aprendí a sembrarla.
Sandra Panchalo, integrante de la Coordinadora Nacional de
Cultivadores de Coca, Amapola y Marihuana (Coccam), que impulsa la campaña
Rostros que Siembran, de esa organización con el apoyo de Christian Aid y en
alianza con el Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo (Cajar).
Uno hace el semillero, a los tres meses lo saca, lo siembra
en la tierra y por ahí a los seis o siete meses ya le produce la primera
cosecha. Después de esa primera cosecha, la mata da cada cuatro meses, al año
son unas cuatro cosechas. Una familia no tiene en realidad más de una hectárea
y media sembrada con coca. Grandes extensiones así que tenga cuatro o cinco
hectáreas por familia, eso no se ve.
(Lea: En la cordillera de Nariño siguen esperando la paz)
En esa zona la tierra también es excelente para sembrar
arroz, yuca, sandía, limón, mango. Con mi exesposo una vez tratamos con la
sandía. Sembramos tres hectáreas y de ahí sacamos 15 toneladas, ya escogidas,
de calidad. Teníamos que sacarla a un punto que se llama Remolino, sobre la vía
Panamericana, a unas cinco o seis horas de distancia. El camión iba a la finca,
la recogía, había que pagar quién cargue la sandía, y luego la llevaba hasta
ese punto y había que pagar quién la descargue. Pero ese transporte era muy
caro, porque las vías están muy malas. Cuando hicimos cuentas nos quedaba el
kilo a $450 y con eso no sacábamos ni lo del trabajo. Mucha sandía se nos
perdió, nos tocó incluso llamar a la gente de las veredas para que fueran a
llevársela regalada.
Ya uno con la coca lo que tiene es una rutina: uno cosecha,
vende, paga deudas y vuelve y fía. Eso sí pasa en todos los territorios, usted
va a donde el tendero y le dice ‘fíeme tanto’, y usted lleva una remesa grande,
lleva los venenos otra vez para fumigar la mata y lo poco que le queda lo deja
para el sustento de los hijos, para los estudios. Porque que uno venda y pague
todo, y quede con ganancias, eso no pasa. Porque digamos de una cosecha de una
hectárea y media salen 100 arrobas de hoja de coca. De ahí uno saca tres kilos
de pasta base de coca. Eso, a $2 mil el gramo serían $2 millones por kilo, o
sea $6 millones en total. Pero ahí toca mirar todo lo que se gasta en los
cuatro meses que uno no recibe ni un peso. Y eso suponiendo que esté a $2 mil
el gramo, pero ahorita está a $1.700, no hay plata.
Porque es que cada finca tiene su rancho, o chongo, para
procesar la hoja de coca. O machucaderos, como les dicen en el Cauca; o
cambuches, como los llaman en otras zonas del país. Los mismos que después el
Ejército allana y presenta como ‘laboratorios’. Pero eso qué laboratorio va a
ser, ahí solamente se hace la base; los grandes laboratorios son llamados
cocinas, pero ya hacen otro tipo de procedimientos. Lo que tienen las familias
en las zonas cocaleras son ranchitos, que son muy sencillos, muy rústicos. Ahí
lo que hacen es coger la hoja de coca, picarla con guadaña, le echan nutrimón,
le echan cal, la pisan, vuelven y la pican, la echan en tambores, le echan
gasolina lavada, la dejan ahí hasta que diga el ‘químico’, luego lavan eso con
agua de ácido y el agua de ácido recoge toda la mercancía.
Los que raspan la hoja de coca para procesarla son los
recolectores, o raspachines, que son a los que les toca más duro. Ellos se
ganan $7 mil por arroba de hoja de coca recolectada. Una arroba son unos 12
kilos. Ahí ya depende de cuánto se puedan echar al hombro durante el día. Los
hombres se cogen de 11 arrobas para arriba, hay hombres que cogen harto. Se
pueden hacer $80 mil, $90 mil al día. Una de mujer se coge las cinco, seis, máximo
siete arrobas. Se paga cuando ya se termina la raspa, o la cosecha. Después de
eso, los recolectores arrancan para otra finca que tenga cosecha. Y así.
Con esa plata muchos hemos educado a nuestros hijos. Yo, por
ejemplo, tengo a mis tres hijos estudiando en Pasto. Los dos mayores están en
noveno y el menor está en cuarto (de primaria). Y del corregimiento tenemos
casos de familias que han sacado a sus hijos profesionales con la plata de la
coca. Por ejemplo, un señor: a la hija mayor la sacó odontóloga, la otra hija
es administradora pública, la otra es psicóloga y el hijo menor está estudiando
música. Todos estudiaron en Popayán. Todos con lo que la hoja de coca.
(Lea también: Escuelas en ruinas y rodeadas de coca, así
estudian en la cordillera de Nariño)
Pero uno se mete con la sustitución voluntaria de ese
cultivo porque con la coca siempre está la violencia. En mi caso, por ejemplo,
el 14 de mayo de 2014 los paramilitares se llevaron a mi hermano de la finca.
Él no mantenía por ahí, tenía su familia por fuera, sino que iba a trabajar en
los cultivos y se salía. Ahí fue cuando yo desperté y me di cuenta de que a la
gente que se la llevan, nunca más regresa. Entonces empecé a hablar con la
gente, con la Junta de Acción Comunal, mejor dicho alboroté a todo el mundo y
nos fuimos a hablar con esa gente para que lo entregaran. Ellos dijeron que eso
no se podía, que ya ellos eran los responsables, pero la verdad es que seguimos
insistiendo y al final no tuvieron de otra que devolvérnoslo con vida.
Pero allá en la cordillera la pelea de esos grupos es por
quedarse con esa base de coca, por controlar ese comercio. Y así mismo es en
las zonas cocaleras del departamento, en Tumaco, en Samaniego, en Santa Cruz de
Guachavés. Todo eso es zona roja porque ahí se cultiva la coca y ahí mantienen
los grupos armados.
Entonces cuando llegó el programa de sustitución de cultivos
la gente se entusiasmó y se metió a eso. En varias zonas se firmó al acuerdo
colectivo, pero formalmente se terminaron inscribiendo solamente en Tumaco,
donde hay más de 16 mil familias vinculadas. Pero desde entonces yo he estado
muy activa con la Coordinadora Nacional de Cultivadores de Coca, Amapola y
Marihuana (Coccam) y eso es lo que me ha traído las amenazas. La primera fue en
junio de 2018, cuando se reactivó esa organización en Nariño. Estábamos en
reunión con los delegados de los municipios, los delegados de FARC y del
Gobierno Nacional. Al municipio llegó esa gente preguntando por mí. Que me
tenía que presentar ante ellos, que necesitaban hablar conmigo. Obviamente no
fui.
Al año siguiente, en agosto de 2019 yo estaba en
El Tambo. Ahí yo hablaba mucho con un funcionario de la Alcaldía para todos los
temas de sustitución. Al celular de él le llegó un mensaje: “Huevón, dejá de andar
con esa vieja Sandra Panchalo porque a esa vieja la van a pelar por sapa”. Ahí
ya tenía esquema de seguridad. Y en noviembre al pueblo llegaron un par de
sicarios también a buscarme. Ahí ya salí del territorio y actualmente estoy por
fuera. Estoy en otro municipio. A raíz de esas amenazas mi esposo y yo nos
separamos. Pero él sigue allá con la hectárea
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