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EL ESPECTADOR
UBCH TV. 18-05-2020. Hace más de dos meses, todos los
cruceros recibieron una orden estricta: no navegar debido a la pandemia. Desde
entonces, los tripulantes de estas embarcaciones quedaron en el limbo a la
espera de ayuda para regresar a sus hogares.
Personal de desinfección se prepara para la evacuación de la
tripulación del buque australiano Greg Mortimer, afectado por la COVID-19, en
Montevideo (Uruguay).EFE
Cientos de cruceros están detenidos en enjambres en medio
del mar, con miles de tripulantes atrapados dentro desde hace dos meses. Aunque
algunos se sienten a salvo del coronavirus a bordo, para otros es un
confinamiento forzoso que llevó a dos personas a tirarse fuera de borda.
"Es el mismo día todos los días. Es difícil mantenerse
mentalmente sano", dice Ryan Driscoll, un estadounidense de 26 años que
lleva 80 días sin tocar tierra.
Driscoll es cantante del "Seabourn Odyssey", un
crucero de la corporación Carnival parado frente a la isla caribeña de
Barbados.
"Estamos anclados aquí y vemos tierra todos los días.
Está a 200 metros y no podemos bajarnos", cuenta.
El 13 de marzo, todos los cruceros recibieron la orden de
"no navegar". Los que tenían pasajeros consiguieron desembarcarlos
luego de complicadas negociaciones, pero los tripulantes que quedaron a bordo
han estado desde entonces en un limbo. Vea también: "Le pedimos al
Gobierno que nos dejen llegar a Cartagena", colombianos en crucero
Las líneas de cruceros han repatriado a miles de tripulantes
en estos dos meses, pero el proceso es lento y caro porque los Centros para el
Control y Prevención de Enfermedades exigen que sean transportados en vuelos
chárter -suponiendo que los países de destino reciban a sus nacionales.
Solamente en aguas estadounidenses aún quedan casi 60.000
tripulantes a bordo de 90 cruceros, dijo el jueves a AFP la Guardia Costera.
"A veces se siente como estar en prisión", dice Driscoll.
En las últimas dos semanas, cuatro tripulantes fallecieron
por motivos no vinculados al coronavirus en distintos cruceros: uno por
"causas naturales" que no fueron divulgadas y tres de aparentes
suicidios. De ellos, dos se lanzaron por la borda.
"Es muy perturbador enterarse de eso", dice
Driscoll. "Pero no me sorprende. (...) Son tiempos difíciles para
todos".
Según Jeremy Pettit, profesor de psicología de la
Universidad del Sur de Florida (FIU), la ansiedad que produce estar atrapado
lejos de la familia y los amigos, sumada a la soledad y el aburrimiento,
"incrementa el riesgo de depresión y pensamientos y comportamientos
suicidas".
El sentimiento de desesperanza es común en muchos
tripulantes. "No sabemos qué pasará en el futuro. No nos dan respuestas.
No hay luz al final del túnel", dice Driscoll.
El viernes, decenas de tripulantes protestaron a bordo del
"Majesty of the Seas", que merodea el Caribe, con carteles como
"¿Duerme bien, señor Bayley?", refiriéndose al presidente de Royal
Caribbean, Michael Bayley, según el blog especializado Cruise Law News.
El fin de semana anterior, un grupo de tripulantes del
"Navigator of the Seas", también de Royal Caribbean, inició una
huelga de hambre que según la empresa ya se resolvió; y al menos dos peticiones
en línea en Change.org pidiendo desembarcos suman firmas rápidamente.
"Tengo miedo, no quiero morir, pero según mi punto de
vista es una cuestión de tiempo, voy a morir", dice a la AFP un músico
brasileño de 52 años que no quiere dar su nombre ni el del barco donde está, en
el Pacífico oriental. "Nos han abandonado, nos han echado aquí a
morir".
Otro brasileño, Caio Saldanha, un DJ de 31 años que ha sido
transferido a distintos barcos de Royal Caribbean, elevó una denuncia a la
oficina de la Alta Comisionada de Derechos Humanos de la ONU por la
"situación de encarcelamiento" que padece en manos de la empresa.
Pero algunos se sienten a gusto a bordo porque, según ellos,
allí están a salvo de la pandemia que azota tierra firme. Por ejemplo, Gonul
O., una tripulante turca de 39 años dice que está "en el lugar más seguro
de la Tierra".
Trabaja en un crucero cuyo nombre no quiso revelar. Vende
excursiones turísticas. Lleva 70 días en altamar y ahora navega el Atlántico
rumbo a Europa.
"Los primeros días fueron difíciles porque tenía este
sentimiento como de estar dentro de una jaula, pero conseguí cambiar mi humor y
trabajé en eso, comencé a hacer ejercicio y eso me ha ayudado a curar mi alma y
mi mente", cuenta. Incluso, dice, está escribiendo una novela sobre la
experiencia.
Según Eugenio Rothe, profesor de psiquiatría de la FIU,
muchos tripulantes viven esta experiencia como un confinamiento forzoso.
"Se puede sentir como una pérdida emocional de todo lo
que es importante en la vida de la persona, de sus seres queridos, de su
ambiente físico", dice. Esto produce "sentimientos de abandono,
pérdida y duelo".
Pero otros, como Gonul O., la viven como un
"confinamiento voluntario". Para ellos, "el aislamiento puede
ser fructífero en términos de reflexión y crecimiento emocional".
Así se siente Joyce López, una colombiana de 32 años que
trabaja en atención al cliente del "Caribbean Princess", de Carnival,
y que espera con paciencia ayudándose con la plegaria. Puede ver desde su
balcón otros cruceros formando un enjambre de naves varadas frente a Barbados,
a la espera de noticias de repatriación.
"Dan ganas de irse nadando", admite. "Pero me
da tranquilidad, recuerdo los días en la playa, caminando en la arena".
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