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EL PAÍS
UBCH TV. 05-02-2020. El 25 de julio de 2019. A las 9:03 de
la mañana en Washington, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se pone
al teléfono desde la residencia privada en la Casa Blanca. El equipo de
transcripción de la sala de operaciones, conocida como situation room, se
prepara para tomar notas de su conversación con el presidente electo de
Ucrania, Volodimir Zelenski. “Enhorabuena por una gran victoria”, empieza
Trump. La conversación acaba a las 9:33. Es, en principio, una llamada
protocolaria al próximo jefe del Estado de un país estratégico en la contención
de Rusia en Europa.
Fuera de contexto, es difícil entender su importancia. Pero
los servicios de inteligencia de EE UU, diplomáticos y funcionarios de la Casa
Blanca, tras conocer su contenido, saben exactamente qué significa esa llamada.
Uno de ellos lo pondrá por escrito en una queja formal en un documento que hoy
forma parte de la historia de Estados Unidos.
Dos meses después, esa llamada es la base para iniciar el
proceso de impeachment de Trump que ha culminado este miércoles. En ese tiempo
se desarrolla una trama de espías y papeles que en la era de Twitter ha sido
investigada y narrada por la Cámara de Representantes y por la prensa y
prácticamente en tiempo real, en comparación con las dos investigaciones
parlamentarias similares más recientes (1998 y 1974).
En retrospectiva, hay una serie de fechas clave anteriores a
aquella llamada cuyo significado no ha encajado en la historia hasta mucho
después. El 20 de marzo anterior, el fiscal general ucranio había declarado que
el vicepresidente Joe Biden había presionado al anterior presidente de Ucrania
para despedir a su antecesor y frenar así una supuesta investigación por
corrupción sobre una empresa gasística que opera en el país. Por entonces, era
evidente que Biden planeaba presentarse a las elecciones presidenciales para
enfrentarse a Trump.
El 21 de abril, Trump y Zelenski hablan por teléfono. La
conversación es muy breve y básicamente es para felicitarle por la elección.
Trump le dice que le quiere invitar a la Casa Blanca. El 6 de mayo, el
Departamento de Estado anuncia el cese de la embajadora en Ucrania, una
experimentada funcionaria llamada Marie Yovanovitch. El 9 de mayo, The New York
Times cuenta que el abogado personal de Trump, Rudy Giuliani, planea un viaje a
Ucrania. Al día siguiente, este anuncia que lo cancela.
El 21 de julio Giuliani tuitea que el presidente Zelenski
“aún no ha dicho nada sobre la investigación acerca de la interferencia
ucrania”. Se refiere a una teoría conspirativa, desacreditada por los servicios
de inteligencia, según la cual no fue Rusia, sino Ucrania, quien lideró el
ataque contra las elecciones presidenciales de 2016 que favoreció a Trump. Para
entonces, es vox populi que el entorno de Trump trata de promover esta teoría
por todos los medios y que pretende que Ucrania le ayude a darle cobertura
oficial. Pero nadie sabe que eso está teniendo consecuencias en uno de los
pilares de la política exterior y de seguridad de Estados Unidos en Europa.
El Congreso empieza a notar algo extraño. La ayuda militar
de Estados Unidos a Ucrania, imprescindible para fortalecer a ese país frente a
la amenaza rusa, no se ha entregado. La orden de retener esa ayuda (unos 400
millones de dólares) viene del presidente.
El 25 de julio, se produce esa segunda llamada. Hablan de la
ayuda militar, que Zelenski necesita desesperadamente. En un momento dado,
Trump dice: “Sin embargo, nos gustaría que nos hiciera un favor”, menciona las
investigaciones en cuestión y le dice que hable con Giuliani. En la
conversación queda claro que el presidente está condicionando la ayuda militar
y la posible visita a la Casa Blanca a que las autoridades de Ucrania le den
cobertura oficial a su relato de corrupción sobre el hijo de Biden y la teoría
conspirativa sobre las elecciones de 2016.
En los días siguientes dimite el director nacional de
inteligencia, Dan Coats. Hay baile de sillas en los servicios de espionaje. El
12 de agosto, un miembro de los servicios de inteligencia, cuya identidad aún
se desconoce, escribe una queja formal por el canal de denuncias anónimas en la
que afirma que el presidente está poniendo en riesgo la seguridad nacional. En
la denuncia, todos esos fragmentos de información semipúblicos cobran sentido.
Esa llamada y esa frase, tienen sentido. El inspector general de los servicios
de espionaje está obligado a entregar ese papel al Congreso. No lo hace. En su
lugar, consulta con la Casa Blanca.
El 9 de septiembre, el Comité de Inteligencia de la Cámara,
que preside el demócrata Adam Schiff, anuncia una investigación para saber qué
está pasando entre Trump, Giuliani, Zelenski y la ayuda militar, y exige ese
papel. El día 11, la Casa Blanca libera la ayuda militar. El 18 de septiembre,
The Washington Post asegura que hay una queja de un denunciante anónimo sobre
una llamada de Trump con un líder extranjero. La historia evoluciona hasta que
el 20 de septiembre The Wall Street Journal pone todo junto en un titular:
“Trump presionó repetidamente al presidente de Ucrania para que investigara al
hijo de Biden”.
El 24 de septiembre, la Casa Blanca desclasifica el
contenido de la llamada en un intentó de rebajar la presión y aparentar
transparencia. Consigue todo lo contrario. La presidenta de la Cámara de
Representantes, Nancy Pelosi, que se ha negado durante meses a iniciar un
proceso de impeachment contra Trump a pesar de la presión de los electos
demócratas, anuncia el inicio de una investigación con vistas a la destitución
del presidente. Lo hace con una frase: “Los tiempos nos han encontrado”.
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