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UBCH TV.
LA IZQUIERDA
UBCH TV. 08-12-2019. Desde París] En este artículo el autor hace un recorrido por
las recientes jornadas de huelga y manifestaciones en Francia; su dinámica
inicial de huelga general política pero con direcciones sindicales que buscan
limitar sus potencialidades; las asambleas reales, comités de huelga y
coordinación, la unidad con los Chalecos Amarillos, estudiantes, etc. como
claves para el desarrollo del movimiento; y las perspectivas de la izquierda
revolucionaria.
La exitosa jornada de huelga nacional y manifestaciones del
5 de diciembre y las posteriores, con huelgas extendidas a varios sectores
estratégicos como la SNCF y la RATP, muestra un salto cualitativo de la lucha
de clases en Francia y tal vez en el mundo.
La serie de revueltas iniciadas por
los Gilets Jaunes (Chalecos Amarillos) hace casi un año, se ha extendido luego
de Hong Kong al Líbano, pasando por Argelia y Sudán y últimamente con fuerza en
América Latina (combinado aquí con golpes fuertes de la contrarrevolución como
en Bolivia), cuya punta más avanzada es el despertar chileno. Pero a diferencia
de estas, en Francia es una parte de los sectores estratégicos del proletariado
y su método –la parálisis de la producción y de la circulación– los que
predominan en el movimiento actual. Esto constituye una novedad en la misma
Francia, ya que los últimos movimientos sociales en ese país, aunque combinaron
distintos sectores en huelga, tenían como manifestación central las jornadas de
acción, es decir, el llamado a ocupar la calle [1].
En esta oportunidad el paro fue enorme en la RATP (compañía
que gestiona los transportes urbanos en la región parisina), así como en empresas
similares en las otras grandes ciudades de Francia; en la SNCF (compañía de
trenes) abarcando a todos los oficios, incluido una fuerte proporción de
cuadros y de personal administrativo; un porcentaje nada despreciable en las
compañías de aviación como Air France, EasyJet y otras compañías aéreas, que
anularon una buena parte de sus vuelos. Por su parte, otros de los sectores a
menudo a la cabeza, como los trabajadores de las 8 refinerías existentes,
paralizaron 7, y en Marsella el sector petroquímico de la zona del lago de
Berre registró tasas de huelga “nunca alcanzadas desde la década de 1970”,
según la CGT local. La gran sorpresa para el gobierno es el fuerte paro en
docentes: el ausentismo en los jardines de infantes y las escuelas primarias el
día jueves fue del 55 % en todo el país y del 78 % en París. De hecho, la gran
mayoría de las 650 escuelas de la capital permanecieron cerradas el día jueves,
y más de un centenar el viernes.
Otra sorpresa para las autoridades fue la amplitud nacional
de la protesta, que además de París se expresó también en otras áreas
metropolitanas, como en varias ciudades medianas y pequeñas del país. Por
último, la huelga abarcó también al sector privado con la novedad que muchas
pequeñas y medianas empresas, a menudo ajenas a este tipo de movimiento, se
incorporaron a la lucha ya sea a nivel individual [2] o colectivamente [3].
Como vemos, la sublevación de los Chalecos Amarillos no pasó en vano, ya que no
solo endureció y dio moral a sectores estratégicos del movimiento obrero sino
que llevó la protesta e incluso los métodos históricos de la clase obrera a
nuevos sectores de trabajadores, dejados de lado por décadas por las
direcciones sindicales.
Una dinámica inicial de huelga general política pero con
direcciones sindicales que buscan limitar las potencialidades del movimiento en
vez de desarrollarlo
Está claro que no estamos solo frente a una huelga de
presión.
Desde ya es algo más. Las bases se habían desencantado con las
jornadas de acción sin continuidad y el estrepitoso fracaso de la “huelga
intermitente” (que consistía en parar las labores dos días cada cinco durante
tres meses) ideada por las direcciones sindicales ferroviarias. Ahora,
inspiradas por la revuelta de los Chalecos amarillos y empezando por el paro de
un día enormemente seguido el 13 de septiembre en los transportes parisinos, y
que luego se extendió a la SNCF con la oleada de huelgas salvajes, está
imponiendo otros métodos. ¿Pero es ya la HUELGA GENERAL? Como decía Trotsky:
La importancia fundamental de la huelga general,
independientemente de los éxitos parciales que puede lograr (pero que también
puede no lograr), radica en el hecho de que plantea la cuestión del poder de un
modo revolucionario. Paralizando las fábricas, los transportes, todos los
medios de comunicación en general, las centrales eléctricas, etc., el
proletariado paraliza así no solo la producción sino también al gobierno. El
poder del Estado queda suspendido en el aire. Debe, ya sea domar al
proletariado mediante el hambre y la fuerza obligándolo a poner de nuevo en
movimiento la maquinaria estatal burguesa, ya sea retroceder ante el
proletariado.
Cualesquiera que sean las consignas y el motivo por los
cuales haya surgido la huelga general, si esta abarca realmente a las masas y
si esas masas están decididas a luchar, la huelga general plantea
inevitablemente ante todas las clases de la nación la pregunta: ¿quién va a ser
el dueño de la casa?” (“Una vez más, ¿adónde va Francia?”, fines de marzo de
1935).
Aún no estamos ahí, evidentemente. Pero que existe la
potencialidad no queda la menor duda. Hay un hartazgo general con el gobierno
que va más allá de las pensiones. El apoyo a la huelga de un 70 % de la
población es uno de los signos. Pero frente a esta realidad, las direcciones
(que en los años pasados vinieron negociando una a una las conquistas de los
trabajadores y se opusieron al movimiento de los Chalecos Amarillos a
principios de diciembre), al no poder parar un movimiento en el que no tuvieron
la iniciativa, tratan de limitarlo todo lo que pueden.
Es indudable que el llamado de la Intersindical, reunida el
viernes 6 de diciembre y encabezada por la CGT, a una nueva jornada de huelga
interprofesional el próximo martes 10 de diciembre, es un punto de apoyo que
debe ser utilizado para afirmar y extender la huelga. Pero a pesar de sus
declaraciones “combativas”, se cuidan bien de no llamar a la huelga general
ilimitada. Con el argumento de dejar a los trabajadores la responsabilidad y la
decisión a nivel local, dejan a las direcciones confederales las manos libres
para continuar la negociación con el gobierno. Y, un hecho increíble, en ningún
momento –incluso las direcciones sindicales más combativas– han desertado de la
negociación que ya lleva meses, aun cuando está claro que los trabajadores
rechazan la reforma de conjunto. El próximo lunes, a pesar de la contundencia
del 5 de diciembre, la dirección de la CGT irá a ver a la ministra de salud
Agnes Buzyn.
¿Cómo puede ser creíble que se va a derrotar esta reforma si
siguen negociando con el gobierno? La CGT plantea otra reforma, ¿pero alguien
puede imaginar que una reforma progresiva de las jubilaciones y nuestra
seguridad social pueda lograrse sin derrotar a Macron y su plan neoliberal? Es
evidente que no, y que por eso la primera demanda de las direcciones sindicales
debería ser la que los Chalecos Amarillos impusieron en la calle el año pasado:
“¡Macron, dimisión!”. Pero la dirección de la CGT se cuida como de la peste de
llamar a esta perspectiva, que pondría la huelga conscientemente en el plano de
una huelga general política. Es por este motivo que la dirección de la CGT no
llama a una huelga general ilimitada, ya que esto podría alentar a los sectores
dubitativos, darle seguridad a los trabajadores de las pequeñas y medianas
empresas aisladas sin secciones sindicales ni tradición de lucha, pero que
muestran una tendencia a querer luchar [4] frente a la represión ulterior de
los patrones. Si ampliaran el pliego de reclamos al conjunto de los sectores
obreros y populares, en especial en las grandes empresas industriales y de
servicios donde reinan los bajos salarios y un despotismo patronal feroz de
Amazon a Peugeot, así como los grandes supermercados o concentraciones obreras
como las de Vendée, impulsarían a unirse al movimiento a los sectores centrales
del sector privado, generalizando la huelga y transformándola en efectivamente
una huelga general.
Una dirección que quiera verdaderamente ganar no puede
confiar solamente, como tiende a argumentar la dirección de la CGT, en que las
manifestaciones y la huelga, si continúan, engendrarán por sí mismas una
dinámica de extensión a otras categorías, como los jóvenes o los asalariados
privados. Un verdadero Estado Mayor de la huelga debería tener un plan para
lograrlo. Como polemizaba ya en el pasado Rosa Luxemburgo frente a la
estrategia de desgaste de los jefes de la socialdemocracia alemana: “El plan de
emprender una huelga de masas como una acción política de clase importante solo
con militantes organizados es completamente ilusorio. Si la huelga –o mejor,
las huelgas—, si la lucha de masas ha de tener éxito, debe convertirse en un
verdadero movimiento popular, es decir, debe atraer a la lucha a las más
amplias capas del proletariado”. O en el mismo sentido cuando afirma que:
… el movimiento proletario no puede ser concebido nunca como
el movimiento de una minoría organizada. Toda auténtica gran lucha de clases ha
de basarse en el apoyo y en la colaboración de las más amplias capas populares;
una estrategia de la lucha de clases que no tomara en cuenta esta colaboración,
que solo pensara en las deidades bien ordenadas de la pequeña parte del
proletariado reclutado en sus filas, se vería condenada a un lamentable fracaso.
La sublevación de los Chalecos Amarillos, que representan a
una franja de los sectores más pauperizados del proletariado, está ahí para
recordarlo de forma activa. Potencialmente un riesgo aún más peligroso para la
patronal podría expresarse en las mismas empresas. Este es el temor del último
informe de la asociación Entreprise&Personnel, organismo de consejo en
recursos humanos, que ha estado examinando el clima social de sus miembros
durante medio siglo. Este se pregunta: “¿Y si el movimiento de los Chalecos
amarillos dejara las rotondas para prosperar en las empresas?” [5].
Sin embargo, no es este el objetivo de la dirección de la
CGT: en otras palabras, desatar las energías revolucionarias presentes o
latentes de las capas más amplias del proletariado, la utilización del conjunto
de las reservas estratégicas centrales para vencer. Esta solo busca, apoyándose
en la inusual movilización de las masas, reposicionarse de nuevo como un pilar
de la “democracia social” a la francesa, frente a la política del bonapartismo
débil macronista de pasarle por encima a los sindicatos y demás asociaciones
[6]. Por el momento se contenta con seguir al movimiento para encuadrarlo y
canalizarlo.
Peor aún, en lo inmediato el peligro que se cierne es que,
frente a la contundencia del 5 de diciembre y su continuidad, algunas
direcciones sindicales quieran salir de forma corporativa frente a las falsas
concesiones que se aprestaría a conceder el gobierno para salvar a un alto
costo lo esencial de su reforma, lo que equivaldría a una puñalada por la
espalda a la dinámica de la movilización.
Desde este punto de vista, la próxima
semana va a ser decisiva para saber si los huelguistas pueden sortear este
primer gran obstáculo que se les prepara, afirmando la dinámica de la huelga y
sus alcances.
La tarea del momento: la huelga debe pertenecer a los
huelguistas mediante asambleas reales, comités de huelga y coordinación.
A diferencia de la “huelga intermitente”, que había
liquidado las asambleas, en esta oportunidad, en la SNCF (y en menor medida en
los centros de la RATP), las asambleas fueron numerosas, aunque en muchos casos
las mismas se redujeron a intervenciones orales de los responsables sindicales,
a asambleas de información o consulta, y no verdaderas asambleas soberanas y con
poder de decisión. Por el momento, también la votación de comités de huelga es
minoritaria. Desde el punto de vista de la organización, la irrupción de los
docentes dio lugar a asambleas por ciudad que reunieron docenas y, a veces,
cientos de maestros, como fue el caso en París en varias ciudades de la
periferia de la capital, en particular en Montreuil, pero también en Toulouse o
Marsella. También se reactivaron antiguas redes de asambleas interprofesionales
tanto en la región parisina como en provincia. Algo nuevo: el encuentro de los
sectores en huelga llamado por los trabajadores de la SNCF y la RATP del día 6
de diciembre en Saint Lazare, que incorporó a otros sectores, como docentes y
Chalecos Amarillos que, organizando a los sectores más resueltos de la
vanguardia, en algunos casos mandatados por sus asambleas de base, se propone
ayudar a modificar la relación de fuerzas en el sentido de la dinámica profunda
de la situación. Estos elementos de organización en los lugares de trabajo
podrían complementarse si el inicio de la huelga reactiva la lucha de los
Chalecos Amarillos, retomando la organización y las asambleas de las rotondas.
La pelea por la democracia obrera no es solo una veleidad
democrática. Ella surge de las necesidades de la acción, por ejemplo, para
organizar la autodefensa, para realizar piquetes no solo de convencimiento sino
efectivos contra los carneros, para organizar transportes alternativos para el
desplazamiento de los huelguistas o guarderías colectivas para sus hijos frente
a la huelga de los maestros, y a la vez como elemento de control de las
direcciones sindicales en la perspectiva de superarlas en el manejo y dirección
de la huelga. En la década de 1930, Trotsky explicaba la dialéctica infernal
entre el desarrollo de la huelga y la necesidad de la autoorganización,
afirmando que
… la preparación de la huelga general quedará en el papel si
la propia masa no se empeña en la lucha, por medio de sus órganos responsables…
Nadie sino los comités de acción, abarcando los centros principales del país,
podrá elegir el momento de pasar a métodos más decididos de lucha, cuya
dirección les pertenecerá de pleno derecho.
Esta cuestión es central para comenzar a romper por ejemplo
el legalismo existente mediante la constitución de piquetes de huelga con ayuda
de fuerzas exteriores, ya que, a diferencia de 1995, toda actividad al interior
de la empresa, ya sea la ocupación de las estaciones o el bloqueo de las vías,
es motivo de sanción disciplinaria grave para los ferroviarios.
El movimiento actual, si quiere triunfar, debe romper la
resistencia conservadora de la burocracia sindical a toda autoactividad
autónoma de la base, así como también el rechazo, como en cierta medida
expresaba el movimiento de los Chalecos Amarillos, a toda delegación de
representatividad que impida una centralización y coordinación de los
huelguistas, esencial para determinar los pasos a seguir, delegación que debe
siempre ser bajo control de la base y por ende con mandato y revocable.
Asambleas soberanas, comités de huelgas y la coordinación real de las masas en
lucha, son los nervios de la huelga.
Una nueva generación obrera y la necesidad de un partido
revolucionario unificado para vencer
Se podrán sortear todos los obstáculos, así como desarrollar
las potencialidades de la huelga, si la nueva generación obrera que está
emergiendo hace suyo este método de lucha. En la famosa huelga de junio de
1936, Trotsky veía emerger a los futuros generales del ejército proletario. En
ese momento escribía:
La principal conquista de la primera ola radica en el hecho
de que han aparecido dirigentes en los talleres y en las fábricas. Han sido
creados los elementos de los estados mayores locales y barriales.
Las masas los
conocen. Ellos se conocen unos a otros. Los verdaderos revolucionarios buscarán
relacionarse con ellos. Así, la primera movilización autónoma de las masas ha
marcado y en parte designado a los primeros elementos de una dirección
revolucionaria. La huelga ha sacudido, reanimado. Renovado todo el gigantesco
organismo de clase. La vieja escama organizativa aún está lejos de haber
desaparecido; por el contrario, se mantiene con demasiada obstinación. Pero,
bajo ella, ya aparece una nueva piel (“La revolución francesa ha comenzado”, 9
de junio de 1936).
Parafraseando al revolucionario ruso, podríamos decir que
empieza a aparecer, aún en forma dubitativa, una “nueva piel” del movimiento
obrero francés, aunque menos avanzado todavía en sus acciones que en aquel
momento por años de retroceso de la organización y conciencia obrera, pero
obligados a jugar un rol, más temprano que tarde, por la crisis histórica del
sindicalismo francés, que no tiene ni punto de comparación con el peso que
tenían los sindicatos y partido reformistas como la SFIO o el PCF, ya sea en
1936 o más tarde, en 1968.
No por casualidad el diario patronal Les Echos alerta a la
burguesía sobre los nuevos rostros y tendencias. En un artículo titulado
“Huelga del 5 de diciembre sobre pensiones: huelguistas y ‘Chalecos Amarillos´
la nueva generación de rebeldes” da algunos ejemplos de lo que decimos: “Esto
confirma la historia de Adel Gouabsia, delegado sindical Unsa y conductor del
tren RER en la línea A: ‘En el método, hay un efecto de imitación de los
Chalecos Amarillos en nuestra huelga: comienza desde la base y sale muy fuerte.
Somos nosotros y nadie más quien decide por nosotros”. A los 49 años, incluidos
19 en el RATP, “2.500 euros por mes de bonificaciones incluidos”, se puso un
chaleco amarillo el año pasado, como otros colegas que viven en los suburbios:
“Cuando comenzamos, a las 4:30 de la mañana, solo tenemos nuestro automóvil
para ir a trabajar”. Hoy usa sus días libres para participar en reuniones
públicas, en intercambios de trabajo o universidades: "debemos
descompartimentarnos", dice. Y antes de dejarnos, desea enfatizar:
"Hay un deseo de autoorganización". Pero lejos de ser un ejemplo
aislado esto señala un cambio de tendencia y de valores en una nueva generación
obrera. Continua el artículo citado: “Si escuchamos a los sindicalistas, los
nuevos están interesados en el compromiso. ‘Hace diez años, experimentamos la
generación ’yo primero’, pero en los últimos cuatro o cinco años, eso está
cambiando’, dicen en el sindicato Unsa-traction donde se afirma: ‘el 50 % de
los delegados sindicales son menores de 35 años’”. A menudo con peor estatus
que sus mayores, tienen una mayor sensibilidad a las injusticias pero no tienen
un código de acción colectiva y quieren tener una voz en todo. Esta nueva
camada de jóvenes dirigentes obreros está llamada a jugar un rol dirigente y
protagónico en la actual prueba de fuerza y el período histórico de agudización
de la lucha de clases que la sublevación de los Chalecos Amarillos abrió en
noviembre de 2018, y ahora esta huelga general en sectores estratégicos de la
clase obrera confirma.
Como Révolution Permanente, tendencia revolucionaria del
NPA, al tiempo que ponemos todas nuestras fuerzas para el impulso de la huelga,
la coordinación de las asambleas y los comités de huelguistas, la unidad con
los Chalecos Amarillos, los estudiantes, etc., decimos que entre esas nuevas camadas
que salen a la lucha están los sujetos a los que habría que nuclear en un
partido obrero revolucionario unificado. Es hora de que las direcciones de las
principales organizaciones de la extrema izquierda tomen su responsabilidad y
dediquen todas sus energías a este objetivo, del que depende no solo la lucha
actual sino el futuro de la revolución proletaria en Francia.
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NOTAS AL PIE
[1] Como dice Sophie Béroud: “Las movilizaciones contra el
CPE en 2006, contra la reforma de las pensiones en 2010 o contra la legislación
laboral en 2016 se prolongaron durante varios meses y fueron marcadas por
‘jornadas de acción’, es decir, llamados a protestar, a ocupar la calle.
Algunos sectores como las refinerías, han experimentado bloqueos de la
herramienta de trabajo y huelgas extendidas. Pero este tipo de práctica,
todavía muy presente en el otoño de 1995, tanto en La Poste, EDF como en
hospitales y administraciones, se ha vuelto más raro desde entonces: no es que
la conflictividad con el detención del trabajo haya desaparecido, sino que es
más localizada, establecimiento por establecimiento. En el sector privado en
particular, los paros y las huelgas más largas generalmente tienen lugar en
relación con problemas específicos de la empresa” (Le Monde, 6/12/2019).
[2] Los ejemplos son numerosos. Veamos por ejemplo el
siguiente testimonio citado en Le Monde: “Noriah Ayad, 59 años, trabaja como
secretaria técnica en un estudio de arquitectura. Vestida con un chaleco
amarillo, la pronto sexagenaria explica que nunca antes había ‘dado un preaviso
de huelga en su vida’”.
[3] Un empleado de la Asamblea Nacional cuenta la inédita
participación de este sector en la huelga: “Para nosotros es histórico tener un
movimiento social. Hay funcionarios de categoría A, B, C, trabajadores,
secretarios, conserjes, administradores en huelga, ¡es inaudito! Estamos aquí
en contra de la reforma de las pensiones y también para denunciar los ataques
sin precedentes que vive la función pública parlamentaria desde hace dos años,
es manifiesto el desprecio con el que nos tratan”.
[4] Antes del 5 de diciembre los síntomas eran evidentes.
Así, un responsable sindical dice: “’Hemos recibido más de 1.000 llamadas a
huelga en el sector privado y en áreas totalmente diferentes entre sí’, dijo
David Gistau, secretario confederal de la CGT en L’Express. Entre los que ya
han anunciado su movilización: el agroalimentario con más de 300 llamadas a
huelga, en Carambar, Perrier, Haribo, por ejemplo. El sector metalúrgico
también respondió con 200 llamadas, al igual que el transporte privado,
incluidos los conductores de camiones y el sector comercial con Carrefour,
Géant o Casino. También en Air France nos estamos movilizando. El movimiento
promete ser ’muy bien monitoreado’, advierte Joel Le Jeannic, miembro de la
oficina nacional de Air South que representa al personal de tierra. [...] El
representante sindical se sorprende de no tener que convencer a los empleados.
Ellos vinieron a solicitar la organización sindical. Lo mismo que la CGT, que
recibió muchas llamadas de empleados de empresas donde no se había implantado,
solicitando detalles sobre la manera de hacer huelga en el sector privado”.
[5] Viendo la cara negativa de los avances en la
fragmentación del proletariado al calor de la sublevación de los Chalecos
Amarillos, esta asociación patronal dice que: “Hoy, el modelo de la empresa
fordista, donde el empleado ingresó para salir solo al jubilarse, donde los
sindicalistas siguieron toda su carrera, dejó de existir.
Ahora cambiamos
nuestra empresa, vamos al subcontratista o nos convertimos en autónomos. Pero
también debemos tener en cuenta que la estructura misma de los equipos ha
cambiado. Un empleado puede trabajar en un proyecto con un independiente y
empleados de otras compañías. El desafío de los patrones es establecer
herramientas que permitan que todos estos perfiles se sientan representados
[...] Los grupos reunirían a los actores económicos sociales y sociales,
evitando la constitución anárquica de grupos sin marco e interlocutores y el
riesgo de explosión social”.
[6] Es esto lo que saluda un progresista burgués típico como
Laurent Joffrin, director de Libération: "Un día de protesta, pero también
un día de venganza. Los sindicatos, que se decía que estaban moribundos, fuera
de sintonía, incapaces de movilizar empleados, abrumados por nuevas formas de
lucha, haciendo manifestaciones sin manifestantes, han demostrado esta vez su
dominio y representatividad. Malas noticias para el gobierno, que tiene que
enfrentar una protesta masiva. Pero si dejamos de lado el debate político
inmediato, buenas noticias, básicamente, para la socialdemocracia. Esta vez
parece que un evento declarado, en una ruta planificada de antemano, con un
servicio de orden experimentado y consignas claras, puede alcanzar sus
objetivos (inmediatos en cualquier caso), reducir lo más posible a las minorías
violentas que podrían haber estropeado la manifestación con sus acciones
ilegales y contraproducentes. Estas procesiones masivas y pacíficas, en París y
en el resto de Francia, contrastan con las de los Chalecos Amarillos, que
expresaron una ira sincera pero rechazaron cualquier lógica de representación o
negociación y dieron lugar a desbordes, facilitados por una ausencia virtual de
toda organización”.
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